¿Qué mató a los generales cubanos?

La misteriosa muerte de varios generales en Cuba ha dado rienda suelta a diferentes teorías e hipótesis, sobre todo porque se produjeron tras las inéditas protestas del 11J.

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Ernest Hemingway, escritor muchas veces mal entendido y otras tantas vilipendiado, publicó el 17 de septiembre de 1935 en New Masses la crónica titulada ¿Quién asesinó a los veteranos? La historia ─que los veteranos cubanos debían leer─ arranca con un pasaje de Shakespeare:

“He conducido a mis andrajosos a un lugar donde han sido hechos polvo; de mis ciento cincuenta, no hay sino tres que estén con vida; y, éstos, destinados a mendigar el resto de sus días en los extremos de la ciudad”.

Hemingway cuenta la historia de veteranos de la Primera Guerra Mundial llevados a los cayos de Florida para la construcción de la carretera, abandonados a su suerte, muertos al paso de un huracán, y, en referencia a sus muertes inclementes en tiempos de paz, dice:

“Durante la guerra, tropas ─y a veces soldados individuales─ que se ganaban la mala voluntad de sus oficiales superiores, eran enviadas a posiciones de extremo peligro y se mantenían allí hasta que dejaban de constituir un problema”, reportó 1erinforme.

El escritor vuelve al mismo asunto casi 10 años después en carta a Mary Welsh fechada el 11 de noviembre de 1944, donde dice: “El Ejército es como un negocio de eternos celos y de nuevas y viejas envidias, y de que, si te portas mal conmigo aquí, me desquitaré allá”.


El tema es universal. En Cuba esos intríngulis castrenses se remontan al colonialismo español, pero, a partir de 1959, hemos visto que el decir cuartelero “si te portas mal conmigo aquí, me desquitaré allá” ha terminado indistintamente con civiles y militares en altos cargos, unos, simplemente abandonados; otros, defenestrados; y otros, juzgados de forma sumarísima y condenados a pena de muerte, o a largas condenas de prisión, donde alguno murió misteriosamente, mientras otros ─también de forma misteriosa─ se suicidaron. Suicidios enigmáticos fueron y todavía son los de Osvaldo Dorticós, presidente de la República (1959-1976); el de Haydée Santamaría, heroína del Moncada y presidenta de Casa de las Américas, y el del comandante Eddy Suñol, viceministro del Interior.


Seis generales cubanos en línea


Ahora tenemos a un general de división, jefe de un Ejército, muerto; y a otros cinco generales de brigada retirados fallecidos sin que las autoridades informaran la causa de sus muertes. Luego, cabe preguntar: ¿Murieron por COVID-19? ¿Acaso alguno se suicidio? ¿O, alguien murió por un disparo accidental de su propia arma, o de la de algún compañero? ¿Uno de los generales murió de una “penosa” enfermedad?, como eufemísticamente la prensa oficial llama al cáncer… ¿O es que los generales cubanos murieron por causas insidiosas o desidiosas como tantos otros cubanos?

En un contexto agitado por la pandemia de coronavirus ─que en el mes de julio cada día mató decenas de cubanos─, en una crisis sanitaria, socioeconómica y sociopolítica agravada por dirigentes que dicen “sabemos cómo hacer las cosas” ─sin conseguir con su “hacer” aunar pensamientos distintos, sino dividir la nación más de todo lo fragmentada que está─ sin echar andar las fuerzas productivas, reduciendo las artes al prosaico ejercicio político segregacionista, politizando la salud pública hasta en el rótulo de vacunas que, en la práctica, no han demostrado su eficacia ante un coronavirus mutante, cada vez más letal… así, cuando el 11 de julio ocurrieron manifestaciones de protestas en las principales ciudades de Cuba, Díaz-Canel, visiblemente ofuscado ─¡qué dirían los generales cubanos ecuánimes por oficio!─, sin nada mejor que decir, dijo: “Estamos dispuesto a todo”… “La orden de combate está dada, a la calle los revolucionarios”.

Y para combatir a los manifestantes desarmados salieron a la calle Boinas Rojas, Boinas Negras, soldados disfrazados de civiles y civiles cuales soldados, con estacas, y con camiones, para meter cubanos presos por camionadas; en la ciudad de Puerto Padre, donde sólo hubo un asomo de protesta, emplearon cual camión-jaula el furgón usado para llevar harina a las panaderías. Y, en ese contexto, entre el 17 y el 26 de julio, murieron cinco generales, uno de ellos general de división de sólo 57 años de edad, jefe del Ejército Oriental, y cuatro generales cubanos de brigada, en retiro, pero que tuvieran importantes responsabilidades de dirección, y un sexto oficial, fallecido el 28 de julio, del que la nota oficial no precisa su grado militar, pero que también dirigiera tropas, sin especificarse en ninguno de los fallecimientos las causas de las muertes.

Ante la parquedad de las instituciones castrenses y el silencio de la prensa gubernamental, única con acceso a fuentes oficiales, en un país como Cuba, con el precedente de juzgar personas en procesos penales sumarísimos, de los que resultaron largas condenas de cárcel y muertes por fusilamientos, habiendo ocurrido suicidios de importantes personalidades del régimen y la desaparición en 1959 del jefe del Ejército, el comandante Camilo Cienfuegos, dentro y fuera de la Isla se han formulado múltiples hipótesis ante el mutismo gubernamental.

Pero si la desidia profesional conlleva responsabilidad penal por negligencia, insidia no siempre es asechanza criminal; en medicina forense suele llamarse insidiosas a enfermedades con apariencia benigna, o a las que, sin signos de enfermedad, provocan la muerte, que puede ser súbita, o necesariamente no instantánea, sino, no esperada por no existir antecedentes de enfermedad aparente; razones suficientes para que los dirigentes castrocomunistas debieran comprender que, por sus antecedentes, ellos mismos, cuando no son culpables por sus silencios, se hacen sospechosos.

Si el COVID-19 no fue la causa de la muerte… ¿Qué mató a los generales cubanos Agustín Peña Pórrez, Marcelo Verdecia Perdomo, Rubén Martínez Puente, Manuel Lastre Pacheco, Armando Choy Rodríguez y a Gilberto Cardero Sánchez? ¿La insidia o la desidia? Quienes deben responder no debían callar porque cada día son muchos los cubanos muertos del mismo modo que murieron esos y tantos otros veteranos, y, los sobrevivientes, parecen estar como los del pasaje de Shakespeare citado por Hemingway, “destinados a mendigar el resto de sus días en los extremos de la ciudad”. Y entre los manifestantes del 11J etiquetaron a muchos de “marginales”, ¿no?

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