Cuba: periodismo extranjero entre silencio y complacencia

Un artículo expone un alto nivel de complacencia o complicidad de numerosos corresponsales extranjeros en Cuba, con el régimen comunista de La Habana.

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Sarah Marsh, corresponsal de Reuters en La Habana, ha sido enviada a Alemania para ocuparse de la corresponsalía de esa agencia de noticias británica en Berlín. En sus reportes sobre Cuba, Marsh, que antes había estado en Argentina, mantuvo una postura cauta con matices favorables al régimen castrista, como cuando atribuyó las protestas masivas de los días 11 y 12 de julio a las penurias que viven los cubanos producto de las sanciones contra el régimen, minimizando las motivaciones pro-democracia de los manifestantes y la represión a la que fueron sometidos.

La actitud de Sarah Marsh no es una excepción entre los corresponsales extranjeros en La Habana. Más bien salvo muy contados casos de corta estancia en Cuba es la regla. Todos, invocando la objetividad periodística y rehuyendo temas conflictivos que califican como “mitos políticamente interesados, se muestran complacientes con el régimen, buscando no contradecirlo ni irritarlo, reportó Diario las Américas.

Periodismo extranjero en Cuba

Así, generalmente comprensivos con el régimen castrista, confiados en su mejoramiento progresivo y en su eventual deriva hacia formas más liberales, se hacen eco de las versiones oficialistas y las dan por buenas, sin contrastarlas con fuentes de la oposición o con las informaciones de los periodistas independientes, a quienes soslayan por considerarlos “hipercríticos” y “tendenciosos”.

No deberían ser tan severos con la prensa independiente, porque los corresponsales extranjeros saben, por su propia experiencia, en qué condiciones y bajo qué condicionamientos se ven forzados ellos mismos, a pesar de la inmunidad de que se supone gozan, a desempeñar su trabajo. Saben que cuando tratan de entrevistar personas en la calle, estas se muestran evasivas y rara vez dicen claramente lo que piensan. A pesar de su acreditación, tienen poco o ningún acceso a los funcionarios gubernamentales y tropiezan con leyes que garantizan el hermetismo estatal. Además, son espiados por la Seguridad del Estado y hasta por sus colegas de la prensa oficialista, que suelen provocarlos y tenderles zancadillas.

En los años 90, corresponsales extranjeros como la norteamericana Lucía Newman y otros solían cubrir las actividades de la oposición y reunirse con periodistas independientes. Todo cambió cuando el Centro Internacional de Prensa de La Habana endureció los condicionamientos para conceder las acreditaciones.

Silencio y complacencia en Cuba

Frente a esas reglas, a los periodistas extranjeros les resulta más cómodo y menos problemático citar al periódico Granma, confiar en las cifras oficiales, no hacer preguntas incómodas en las conferencias de prensa del MINREX, argumentar que la mayoría de los cubanos que se van del país lo hacen por razones económicas y no políticas, escribir historias de los emprendedores y hombres de negocios y señalar que si no les va mejor es por culpa del embargo norteamericano.

Si se dignan a referirse a los grupos de oposición, muestran escepticismo y repiten el estribillo de que “son apoyados por el gobierno de los Estados Unidos”, “no gozan de mucho predicamento entre la población” y están “fragmentados y penetrados por la Seguridad del Estado”.

Algunos de estos corresponsales, con inclinaciones izquierdistas, como Andrea Rodríguez, de AP, el español Mauricio Vicent, de la agencia EFE, y el uruguayo Fernando Ravsberg, primero de BBC Mundo y luego de Público, no se han esforzado mucho por ocultar sus simpatías por el castrismo.

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