La tenebrosa historia contada por una de las víctimas del dictador Díaz-Canel

Una de las víctimas de la represión desatada por el dictador cubano Miguel Díaz-Canel tras las inéditas protestas del 11 de julio decidió contar su dramática historia.

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Un hombre de poco más de 30 años que llamaremos Ernesto para proteger su identidad contó a 14 y medio que «eran tres los policías que se abalanzaron sobre mí, me esposaron y luego me golpearon.

La razón de toda esta triste realidad es que estaba viendo un video de lo que ocurría en vivo el pasado 11 de julio», cuenta a 14ymedio 

Todo empezó cuando este joven técnico en electroenergética, muy conocido en Santiago de Cuba, donde se dedica a la compra-venta de piezas de computadora, se encontró con dos amigos en el céntrico Parque Céspedes y se pusieron a mirar la trasmisión de las manifestaciones que se estaban desarrollando ese día en todo el país, reportó 14ymedio.

Día de la libertad

Emocionado, uno de los amigos gritó en plena calle: «Hoy es el día de la libertad, hoy se cae el comunismo».

Represión policial

Un policía que estaba cerca oyó el clamor y llamó a refuerzos. A los pocos segundos llegó una patrulla.

«Todo ocurrió muy rápido, mi dos socios se apresuraron discretamente y doblaron la esquina. Yo, que apenas entiendo lo que está ocurriendo y verdaderamente me siento sin culpa alguna sigo caminando». Al verlo, los policías gritaron: «Es ese, el de la gorra».

Lo cierto es que el santiaguero terminó apresado por la policía, sin saber siquiera lo que estaba ocurriendo realmente en todo el país.

Detención violenta

Los uniformados se acercaron rápidamente y con violencia detuvieron a Ernesto, que no puso resistencia.

«Los tres guardias comienzan a golpearme en la cara y el cuerpo, aunque había uno que era el que más se ensañó conmigo, como si yo le debiera algo, mientras le gritaba: ¡Yo no he hecho nada!, ¿qué es lo que está pasando?».

Todo esto ocurría estando Ernesto esposado, sin ninguna posibilidad de defenderse.

El policía más agresivo agarró unas esposas a manera de manopla y la usó para golpearlo en la cara, causándole una herida cerca de un ojo. Por suerte, en ocasiones algunos golpes terminaron en la visera de la gorra, lo que permitió que no perdiera el ojo.

Jóvenes visiblemente golpeados

En ese momento otro de los policías, al parecer con remordimiento gritó: «Déjalo ya y vámonos». «Solo después de eso fue que me condujeron hasta la estación de policía conocida como El Palacete».

El lugar estaba abarrotado, había muchos jóvenes visiblemente golpeados y con manchas de sangre en la ropa y el cuerpo.

«Algunos tenían la boca partida, casi todos con moretones en los ojos. Supe que a uno le metieron un piñazo en la barriga y se vomitó encima. Incluso, hubo que llevar a un detenido rápidamente al hospital porque tenía una herida muy fea en la cabeza. Aquello parecía una película de terror».

Sin derecho a la alimentación

Al caer la tarde del domingo condujeron a Ernesto a la antigua Escuela Politécnica conocida como La Polipalo, convertida en una cárcel.

La Polipalo está situada en la carretera de la playa Mar Verde, en Santiago de Cuba.

Conversando con otros detenidos supo que fue una manifestación en toda la Isla, que cientos de personas de la ciudad y los alrededores se levantaron en Martí, Trocha, Plaza de Marte, la Plaza de la Revolución, El Caney y en varios municipios como Palma Soriano y Contramaestre.

«Ni a mí ni a ninguno de los que estaban conmigo nos dieron alimento el domingo, ni desayuno al día siguiente, nuestra primera comida fue el almuerzo del lunes», relató.

Nuevas formas de tortura

Agregó que «aunque ese almuerzo no alcanzó para todos los encarcelados y hubo quien probó su primer bocado en la noche, luego de 24 horas.

«El domingo y una parte del lunes solo tomamos agua, y en pésimas condiciones higiénicas, ya que en mi cubículo usaron cuatro vasos desechables para dar de beber a 14 personas».

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Captura desde FB Leana Astorga

Las torturas

Ninguno de esos días Ernesto ni el resto de los detenidos pudo dormir. Cada una o dos horas en la madrugada iba a buscar a alguien para interrogarlo. Para colmo de males, el miércoles 14 de julio y el día siguiente, los mantuvieron 48 horas sin agua, ni siquiera para beber.

En esas condiciones, y de madrugada llamaron a Ernesto para interrogarlo: «No puedo hablar, tengo la garganta seca», dijo a los oficiales. Luego de tomarse un vaso de agua fue que pudo dar su versión de los hechos.

Interrogatorio policial

«¿Tú eres uno de ellos, dime quién es el que te paga?», exigió un oficial al iniciar el interrogatorio.

Entre las preguntas más recurrentes le insistían: ¿Quién es tu jefe?, ¿Dónde se reúnen? ¿Cuánto te pagan? Ernesto estaba atónito y se limitaba a responder: «Solo me encontraba caminando por la calle y vi un video de una manifestación en un celular ¿Qué delito hay en eso?, ni siquiera corrí, ni me escondí, ni ofrecí resistencia».

Muchos de los que apresaron el mismo domingo no eran los que estaban vinculados directamente a la manifestación.

«Yo me enteré que mi sobrino se estaba manifestando y fui a buscarlo, al final mi sobrino está en la casa y yo terminé dentro de la patrulla. Yo no voy a gritar ‘patria y vida’, pero esto tiene que cambiar», contó un señor que era el que más edad tenía entre los que estaban en la celda con Ernesto.

«Los que se manifestaron comenzaron a traerlos el lunes 12 de julio y sobre todo el martes. Hubo incluso una familia prácticamente entera encerrada. ‘Todos nos tiramos pa’ la calle, reclamando una Cuba libre'», decían.

«Si entre los detenidos alguien gritaba alguna consigna contraria al régimen, lo sacaban a golpes y no los veíamos nunca más», agrega Ernesto. «Cuando preguntábamos por él, nos decían que ya lo habían mandado para su casa».

Mientras Ernesto estuvo en prisión nunca pudo hablar con su familia, pero sí le entregaron la pasta de dientes, la toalla y otros recursos para el aseo personal que le mandaron.

Los apresados no eran solo de la ciudad de Santiago de Cuba, llevaron a La Polipalo personas de Palma Soriano y Contramaestre. Según Ernesto, los de este último municipio relataron testimonios impactantes: «Al ver a los guardias reprimirnos, nos defendimos con machetes, mochas y piedras. La cosa se puso bien fea, no nos entregamos a lo fácil».

Luego de pasar seis días en aquel lugar comenzaron a seleccionar a las personas que se habían curado de las golpizas para ponerlos en libertad. El requisito para salir era que el recluso estuviera sano y sin huellas de lo ocurrido, todo el que tenía moretones o hinchazón se quedaba.

«A mí, y a la mayoría de los que salieron conmigo nos multaron con 3.000 pesos, supuestamente por violar el Decreto Ley 31, Artículo 2.1, Inciso g«, refiere el joven.

Cuando la cara de Ernesto sanó lo llamaron junto a otros residentes de la misma zona donde él vive.

«Nos montaron a una guagua con unos pocos policías y nos fueron devolviendo uno a uno a nuestras casas.

«Si en la casa del detenido no había nadie, entonces buscaban al presidente del Comité de Defensa de la Revolución para que fuera testigo de la liberación. «La medida era para dar a entender de que no había nadie desaparecido, aunque nosotros estando allá adentro dejamos de tener noticias de todo el que dijo alguna consigna o se levantó de alguna manera contra el régimen».

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